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UMMA / ¿Son incompatibles el islam y la democracia?
Artikel veröffentlicht auf Tlaxcala am 24/09/2010
Original: Islam und Demokratie – Ein Widerspruch?
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Un intento de dilucidarlo desde una perspectiva sociopolítica
¿Son incompatibles el islam y la democracia?

Mohssen Massarrat محسن مسرت

Übersetzt von  Javier Fernández Retenaga

 

Esta es una de las preguntas más frecuentes en los discursos occidentales acerca del mundo islámico. Tras ella se oculta a menudo la idea preconcebida de que el islam es el principal obstáculo para la democratización de las sociedades musulmanas, mientras que, por contra, el cristianismo sería per se una religión compatible con la democracia. En pro de la idea de que la democracia es un invento occidental cristiano se puede presentar un argumento empírico difícilmente refutable a primera vista: todas las democracias occidentales tienen ciertamente un trasfondo cristiano; por el contrario, el mundo islámico no ha producido hasta el momento ni un solo Estado democrático.

Choque de civilizaciones

Esta relación causa efecto, tan seductora en apariencia, pasa por alto en primer lugar que la democracia es un logro de la cultura helenística, en la era precristiana. Más aún, la disposición para la democracia de las sociedades occidentales y orientales se atribuye única y exclusivamente a fundamentos y normas de índole ética, mientras que se oculta el resto de factores sociales y particularidades históricas de la formación del Estado en Occidente y Oriente, cuando menos igual de relevantes para el desarrollo de las democracias. En esta visión parcial, y en la premisa de que el islam impide la democratización de las sociedades islámicas, se fundamenta la tesis de Samuel Huntington del inevitable choque de civilizaciones[1] y la exhortación a Occidente para que reaccione al desafío que el islam representa.

La lucha de culturas entre el mundo occidental cristiano y el mundo islámico es actualmente una realidad. Quizá haya alcanzado ya su apogeo, pero también es posible que esté aún por llegar. Esa lucha comenzó con la Revolución islámica de Irán hace 30 años, hasta que posteriormente, 15 años después, Huntington hiciera con su polémico libro un llamamiento a la contrarrevolución. Desde entonces, mientras las corrientes islámicas fundamentalistas animan a los musulmanes a la lucha contra la decadencia occidental, un influyente sector de las élites occidentales agita el fantasma de un islam enemigo de la democracia. En este marco, en el primer decenio del siglo XXI la humanidad ha vivido sucesos terribles. El 11 de septiembre, la guerra de la OTAN en Afganistán, la guerra de los EE. UU. en Iraq, el conflicto en torno al programa atómico iraní, el asesinato del holandés   Theo Van Gogh, el asunto de las caricaturas, diversas campañas en los países europeos contra la población musulmana sacando a colación los asesinatos por honor y la mutilación genital, la prohibición del velo y el burka, así como las que tuvieron lugar con motivo de la construcción de nuevas mezquitas, y la votación en Suiza sobre la prohibición de los minaretes: todos estos son sucesos que, de una u otra forma, se enmarcan dentro de la lucha de culturas. La islamofobia profundamente enraizada en Occidente se alimenta también de la idea de la supuesta incapacidad de los inmigrantes musulmanes para integrarse en las democracias occidentales, máxime cuando —no hay más que ver los debates al respecto en las tertulias televisivas— no es muy difícil aportar como prueba una serie de hechos convenientemente seleccionados.[2] En consecuencia, ocuparse detalladamente de una importante premisa de esta lucha de culturas, a saber, la supuesta nocividad del islam para la democracia, no es un asunto académico, sino una cuestión de candente actualidad política. Es preciso tratarla desde el punto científico, si bien está claro que las conclusiones del estudio no van a tener una influencia significativa en la lucha de culturas actual.

Ética, capitalismo y democracia

El debate actual acerca de la relación entre islam y democracia está fuertemente marcado por un creciente conflicto entre los países capitalistas occidentales y algunos Estados islámicos, cuyas causas principales son de naturaleza económica y geopolítica. Enlaza, no obstante, con un viejo debate acerca de la relación entre el islam y el capitalismo que tuvo lugar en los años 60 y 70 en el contexto de las discusiones en torno al desarrollo. También tras aquel debate se ocultaba la cuestión fundamental acerca de la responsabilidad de las normas ético-religiosas en la modernización de unos y el estancamiento de otros. Y también en ese debate fue grande la tentación de simplificar y tratar el asunto de forma superficial. De hecho, el capitalismo se desarrolla en el ámbito cristiano. E igualmente es cierto que en ningún Estado islámico se ha producido una profunda modernización. Desde que Weber escribiera “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”[3], hacer de una específica ética cristiana el fundamento determinante de la Ilustración, la razón y la revolución industrial se ha convertido en una constante en los tratados de las ciencias sociales[4], deduciéndose al mismo tiempo de ello que, por ejemplo, el budismo o el islam carecen de esa capacidad. Con respecto al islam, hace casi 40 años que el orientalista francés Maxime Rodinson se opuso a esta tesis tan extendida con su obra “Islam y capitalismo”[5], pero la tesis weberiana parece mantenerse incólume.

A pesar de que se extraigan conclusiones contrarias, los esquemas interpretativos de los procesos sociales a partir de la ética presentan muchas similitudes. También el fundamentalismo islámico extrae su legitimación implícitamente de su concepción de la ética islámica como la única fuente posible de la civilización islámica del pasado, buscando en consecuencia la superación del actual atraso de las sociedades islámicas en un regreso a los orígenes del islam, una vez que las normas y principios originales han sido adulterados y desacreditados supuestamente por la influencia occidental cristiana.

La arbitrariedad de abordar la explicación basándose en la ética es manifiesta. Unos atribuyen la civilización pasada al islam, mientras que los otros asocian su civilización presente a la ética cristiana. Tiempo, espacio y circunstancias históricas de la antigua civilización oriental, como de la actual occidental, quedan fuera de toda consideración.[6] Para Weber fue “la ascesis mundana del protestantismo la que abrió a los elementos más piadosos y éticamente estrictos el camino a la vida comercial” y la que dio lugar a “una ética capitalista”. “En el protestantismo, y especialmente en el protestantismo ascético, la prohibición del préstamo a interés se limitó a casos específicos de falta de corazón”.[7] Que la ética y, en un sentido más amplio, la cultura han jugado un papel importante en el proceso histórico de modernización es incuestionable. El error está en todo caso en la reducción selectiva de procesos de gran complejidad a la ética o a criterios culturales de valoración y coordinación.

La burguesía como portadora de la Ilustración y la democracia

Un análisis más profundo de la constitución social de las sociedades premodernas en el Medievo cristiano occidental y en el Oriente islámico descubre modelos explicativos extremadamente reveladores: Las sociedades europeas premodernas era predominantemente sociedades descentralizadas con Estados centralistas débiles, mientras que las orientales, con independencia de su religión —budismo o taoísmo en India y China, islam en Oriente medio—, ya fuera en la época preislámica o en la islámica, los Estados eran predominantemente despóticos y centralistas, con estructuras descentralizadas débiles.

En Europa, el poder descentralizado, con numerosas pequeñas comunidades feudales en competencia entre sí, favoreció el surgimiento de clases burguesas que actuaban autónomamente en la periferia de dichas comunidades. Durante varios siglos impulsaron de manera sostenida la división social del trabajo y la transformación social. El creciente intercambio de bienes y servicios entre la ciudad y el campo hizo que se desarrollara el mercado interior y que surgiera una nueva clase social en ascenso cuya fuerza no sólo consistió en inventar el trabajo asalariado y en acumular capital, sino en convertirse en un influyente actor que trajo la Ilustración. Nos referimos a la burguesía, que hizo suyos los logros intelectuales de la Ilustración europea, abriendo así el paso al desarrollo capitalista y a la industrialización.

Los Estados centrales orientales se encontraban, por el contrario, en una posición de fuerza que les permitió someter a toda la burguesía (comerciantes, propietarios de manufacturas, intelectuales) a sus propios intereses de dominio, colocarles las cadenas del despotismo y arrebatarles su autonomía.[8] Allí no pudo desarrollarse el mercado interior, ni tampoco surgir después una burguesía enraizada en la sociedad y diversificada que hiciera suyos los logros intelectuales de la “Ilustración islámica”, abriendo así el paso al desarrollo capitalista y a la industrialización.

 Cuando las sociedades orientales, en razón de circunstancias excepcionales, han vivido en la época preislámica e islámica períodos de esplendor científico, artístico y económico —como en los Imperios aqueménida y sasánida, en el antiguo Irán preislámico, así como en el islámico Imperio abasida (750 – 1258)—, el motor de esta evolución fue por lo general el Estado o, más exactamente, la dinastía dominante y no la burguesía, sometida al poder del Estado. Siempre que, por las razones que fueran, estas dinastías cayeron, a menudo desaparecieron también con ellas las condiciones para la continuidad y desarrollo del potencial intelectual y científico.

Ilustración islámica y cristiana

La Historia de la Ilustración occidental —que allanó el camino a la separación de Iglesia y Estado y a la democratización— constituye la mejor prueba de que ni el islam impidió la democratización ni el cristianismo la promovió, sino que, en último término, la razón del estancamiento económico y político de las sociedades orientales y la modernización de la sociedad occidental se encuentra en la ausencia de una burguesía autónoma en aquéllas y el surgimiento de la misma en Occidente. Si entendemos la Ilustración como un proceso cognoscitivo mediante el cual la razón humana autónoma sustituye a los dogmas de fe teológicos, en tal caso la Ilustración estaba en plena vigencia en el mundo islámico cuando el mundo cristiano todavía dirigía su atención al más allá, a la salvación del alma y al conocimiento de Dios. Mientras los pensadores e investigadores del mundo islámico, ya en el s. X, ponían los fundamentos de la observación científica del mundo, todavía al comienzo del s. XIII los monjes cristianos tenían prohibida la lectura de obras científicas, cometiendo pecado si lo hacían.[9]

También del área islámica proceden ciencias fundamentales como el álgebra, la química (al-quimia) y ciencias aplicadas basadas en la experimentación como la astronomía o la medicina. Alhazen, “padre de la óptica moderna”, en el s. X;[10] Al-Razi, conocido médico en Europa; el aún más relevante Avicena, el Maestro, médico y filósofo medieval, o Averroes, un filósofo también conocido en Europa, son los nombres más citados en los estudios sobre Oriente y el islam, que pasaron a la Historia como fundadores de las ciencias experimentales y cuyas obras formaron parte del repertorio básico en Europa hasta el s. XIV.[11]

Mientras los intelectuales islámicos de aquella época (S. X-XII) reconocían la importancia de la filosofía para el cuestionamiento intelectual de asuntos de fe tales como la eternidad o el carácter increado del Corán, y empezaron a investigar estos temas con ayuda de la filosofía especulativa griega, de la razón y de la lógica, en Europa las discusiones teológicas giraban en círculo dentro de la Iglesia. Alberto Magno fue el primero que, ya en el S. XIII, “defendió los escritos aristotélicos, árabe y judíos en parte prohibidos, y luego su discípulo Tomás de Aquino tomó en la religión cristiana el camino que los lógicos islámicos habían emprendido en su religión”, es decir, la aproximación filosófica a la fe.[12]

Tampoco hay duda de que a los maestros islámicos les corresponde no sólo el mérito de haberse familiarizado con la filosofía de los antiguos griegos, sino el de haber legado a los intelectuales europeos cristianos todo el saber de la Antigüedad traducido, sistematizado y comentado, el cual llegó a Europa a través de las ciudades andaluzas de Córdoba y Toledo. La Ilustración no habría sido posible en Europa occidental sin los precursores islámicos que transmitieron el saber antiguo. En cualquier caso, las bases para la Ilustración estaban ya presentes en el mundo islámico casi ocho siglos antes que en la Europa cristiana. Sin embargo, allí no continuaron desarrollándose y no pudo afianzarse un proceso continuado de análisis intelectual y progreso científico, aun cuando el islam no representó impedimento alguno en forma de prohibiciones ni restricciones. Fue, en cambio, en Europa donde tuvo lugar la Ilustración, a pesar de que la Iglesia había estado cerrando el paso pertinazmente, durante siglos, a las escuelas del pensamiento filosófico moderno.

La paradoja

Si bien esta paradoja refuta de plano la extendida opinión de que el islam no está capacitado para evolucionar y adaptarse y que el cristianismo es más apto para ello, debemos examinarla más de cerca. Con tal fin retomo la tesis arriba desarrollada sobre la clase social portadora de la Ilustración y la democratización, esto es, que la ausencia de una burguesía autónoma en el mundo islámico le privó de una base viable que permitiera un ulterior y continuado desarrollo de los fundamentos, allí presentes, para el progreso del pensamiento y de la ciencia. La evolución del saber en el mundo islámico, en lugar de penetrar en la sociedad, se concentró en unos pocos centros urbanos como Bagdad, Damasco y otras metrópolis, cuyas grandes bibliotecas no tenían parangón en el s. X. El potencial intelectual, allí estancado durante siglos, en la medida en que no sucumbió a las numerosas conquistas de los pueblos centroasiáticos (turcos y mongoles), busco y encontró su aplicación precisamente allí donde la emergente burguesía había lanzado las redes tiempo atrás, absorviendo como una esponja todo el conocimiento procedente de Oriente.

En consecuencia, la religión —el cristianismo, en Occidente, y el islam, en Oriente— juega un papel en el mejor de los casos secundario con respecto a la modernización y democratización. Si la religión dominante en Europa, en lugar del cristianismo, hubiera sido el islam, éste se encontraría con toda probabilidad exactamente en la posición en que en la actualidad se encuentra el cristianismo, constituiría un poder religioso con una influencia limitada y situada al margen del poder político. Si, por el contrario, el cristianismo se hubiera extendido hacia Oriente en vez de hacia Occidente, es de suponer que se habría constituido, en lugar del islam, en la fuerza política dominante en Oriente Medio y sería hoy estigmatizado como el obstáculo cultural que impide la modernización del mundo oriental. Pero podría ofrecerse otra interpretación, también plausible: que la difusión del cristianismo y del islam en sentidos geográficos opuestos, hacia Occidente y hacia Oriente, no fue casual, sino que se debió a que el cristianismo podía adaptarse mejor a las estructuras descentralizadas existentes en Europa debido a los axiomas que le son inherentes (el amor al prójimo y la fuerte individualidad), mientras que el islam, debido a su orientación colectivista (lo colectivo —la Umma— y no el individuo como fundamento de la sociedad), estaba predestinado a calar en las sociedades centralistas de Oriente. Tal punto de vista dice ciertamente mucho sobre las peculiaridades de estas religiones, pero poco sobre las estructuras sociales preexistentes en las que el cristianismo y el islam se insertaron. Ambas religiones —la religión en cuanto tal—  no afectan de una manera fundamental a la estructura social de países y regiones, sino de manera secundaria, en el mejor de los casos.

La extendida suposición de que el cristianismo es la causa fundamental de la transformación y la democracia, por un lado, y el islam del estancamiento y la dictadura, por otro, es en cualquier caso insostenible. Este supuesto queda así desenmascarado y se revela, en el marco de la actual lucha de civilizaciones, como un constructo arbitrario e interesado con el propósito, en último término, de legitimar la “exportación de la democracia” y servir de excusa para un cambio de régimen en los países islámicos con relevancia geopolítica, como por ejemplo Iraq, Afganistán o Irán.

En otras palabras, las religiones —también el islam—, desde el punto de vista sociocultural, y más allá de cualquier interpretación fundamentalista, no son algo inmutable y eterno. Su interpretación y práctica cambian al ritmo de los tiempos. El cristianismo experimentó su cambio hace tiempo gracias a la burguesía europea y, en este sentido, le lleva gran ventaja al islam. La adaptación del islam a la modernidad, bajo el empuje de la globalización económica y cultural, acaba de empezar. Como antaño le sucedió al cristianismo, el islam no tiene más opción que ceder a las exigencias de la modernidad y apartarse de los asuntos del Estado. Pero para eso no hace falta exportar la democracia, y menos aún una guerra.

Notas

[1] Huntington, Samuel P.; The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order (El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial), New York, Simon & Schuster, 1996.

[2] Recuérdese, por ejemplo, el programa de la ARD Hart aber Fair (Duro pero justo), del 2 de dicembre de 2009, con motivo de la prohibición del referéndum suizo en torno a la prohibición de los minaretes. En él, el político de la CDU Wolfgang Bosbach no se cansó de referirse una y otra vez a la falta de voluntad e incapacidad de la población musulmana para la integración, apoyándose en hechos aislados como la no participación de las alumnas musulmanas en las clases de gimnasia. No sólo éste, sino también otros ejemplos como la mutilación genital y los asesinatos por honor se atribuyen al islam como algo evidente, dejando de lado las causas históricas y las relacionadas con la tradición.

[3] Weber, Max; Die protestantische Ethik und der Geist des Kapitalismus (La ética protestante y el espíritu del capitalismo), en: Webers gesammelte Aufsätze zur Religionssoziologie, tomo I, Tubinga, 1972.

[4] Por ejemplo en Chirot, Daniel; The Rise of the West, en: American Sociological Review, Vol. 50, nº 2, 1985.

[5] Rodinson, Maxim; Islam und Kapitalismus, Fráncfort del Meno, 1966.

[6] Un ejemplo de esta arbitrariedad lo ofrece el orientalista Dieter Weiss en un artículo publicado en el semanario Die Zeit, “¿A qué se debe el atraso de los musulmanes?” (Die Zeit, 13 de mayo de. 1994). Para Weiss la respuesta es clara: la solución del enigma está en la cerrazón y falta de flexibilidad del islam. Para apoyar esta tesis, Weiss compara países árabes económicamente atrasados con países emergentes como “Corea del sur, Taiwan, Singapur, que se han convertido en países industrializados, y otros países asiáticos como Malasia, Tailandia, Filipinas, Indonesia y la República Popular China, que llevan ese camino”. Para Weiss, si la religión de los países árabes es responsable de su miseria, los países asiáticos en alza deben su irrupción en la era industrial a sus religiones budistas, taoístas o confucionistas, a las que Weiss atribuye virtudes como la inclinación al ahorro y la inversión, la organización inteligente, la disciplina y el espíritu de trabajo en equipo, la capacidad de aprender y de innovar, virtudes que para Weber eran exclusivas de la ética protestante. Al margen de su arbitrariedad al juzgar el papel de la religión en los procesos de desarrollo, Weiss se contradice al destacar en su lista de modelos exitosos la islámica Malasia y el país con mayor número de musulmanes del mundo, Indonesia.

[7] Weber, Max; Wirtschaft und Gesellschaft, Tubinga, 1972, pp. 354 y s.

[8] Para profundizar en las condiciones históricas, espaciales y climáticas que contribuyeron a la formación de los diferentes Estados, cfr. Marx, Karl, Grundrisse der politischen Ökonomie, en particular el capítulo “Formas que precedieron a la producción capitalista”, Berlin, 1953. Ferner Wittfogel, Karl August; Die orientalische Despotie (El despotismo oriental), Colonia, 1962. Massarrat, Mohssen; Aufstieg des Okzidents und Fall des Orients, (El ascenso de Occidente y la caída de Oriente), 1996, en: Massarrat, Mohssen (ed.): Mittlerer und Naher Osten. Geschichte und Gegenwart. Eine problemorientierte Einführung, (Oriente Medio y Próximo en la Historia y en la actualidad. Una introducción.), Münster, pp. 11-56. Del mismo autor, Islamischer Orient und christlicher Okzident. Gegenseitige Feindbilder und Perspektiven einer Kultur des Friedens (Oriente islámico y Occidente cristiano. Visiones hostiles recíprocas y perspectivas para una cultura de la paz), 1999, en: Osnabrücker Jahrbuch Frieden und Wissenschaft VI/1999; pp. 197-212.

[9] Hunke, Sigrid; Allahs Sonne über dem Abendland, (El sol de Alá sobre Occidente), Stuttgart, 1960, p. 204.

[10] Stewart, Desmond; Islam. Die mohamedanische Staatenwelt, (Islam. El mundo político musulmán), Reinbeck (Hamburgo), 1972, p. 172.

[11] Íb. y Durant, Will; 1985: Kulturgeschichte der Menschheit (Historia de la civilización), tomo V, Weltreiche des Glaubens (La edad de la fe), Colonia, 1985, p. 238.

[12] Para más detalles, V. Lammers, Britta; Einfluss der orientalisch-islamischen Zivilisation auf das europäische Mittelalter (Influencia de la civilización islámica-oriental en la Edad media europeas), en: Massarrat, Mohssen; Mittlerer und Naher Osten (Oriente Próximo y Medio), 1996, Münster.





Danke el autor
Erscheinungsdatum des Originalartikels: 01/04/2010
Artikel in Tlaxcala veröffentlicht: http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=1511

 

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